viernes, 16 de noviembre de 2012

Puta



Y es más grande la necesidad de cogerlo cuando me pregunta porqué soy tan puta, y me siento afanosa, porque no me queda mejor otro título sobre él. Porque  mientras yo me someto, le respondo que sólo me gusta ser sumisa en su falo.
Que el mundo entienda mi silencio como una castidad fingida, que sólo sabe declarase en los orgasmos que derramo sobre su dureza… Que el mundo todo me vea oscura en mi silencio, mientras mi humedad que se encuentra con su boca sedienta, lo hacen mi amo.
Que me llame la más grande de todas sus “Putas”, mientras va desde las montañas húmedas de mis pequeños senos hasta la planicie lisa de mi vientre…  Que me declare la ramera de todos cuantas veces quiera, que se enrosque con su lengua en la lujuria de mis labios oscuros, y que me destroce mientras saborea mis flujos de gozo.
Que me  envicie para siempre con la imagen de sus manos aferradas a mis caderas, mientras siento como se quema su garganta mientras me traga transparente y hervida.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ellas todas



Las malditas son también las manidas, las lustrosas ilustradas, las locas enfermizas, las hijas díscolas, las espectrales teorías hechas carne. El verbo en movimiento y el yo disuelto. Permanecen todas ellas como vírgenes macabras. Yacen en sus sepulcros literarios marcando el paso a las siguientes, y a las otras. Amapolas en diciembre, desteñidas.
 
No me queda más que ser carne ajada, transparente, de latido tímido, de mirada tenue, para que me perdonen los padres de todas ellas. Por escupir sobre muertas, penitentes. Cobardes, suicidas. Insolentes.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Trilogía erótica III




La pared blanca del cuarto lame mi espalda. El recorrido de su lengua de cemento me eriza los vellos del cuello. Levanto los brazos como intentando alcanzar con las uñas cortas el vientre oscuro de la noche.
Mis senos levantan la mirada. Él se acerca para acariciar mis brazos que insisten. Mis axilas desnudan mi rostro sonriente y tímido. Mis axilas, las axilas de mi cuerpo que es un cuerpo, como diría Octavio Paz, un cuerpo de día derramado. Mis axilas, delicias claras de oscuro deseo. Mis axilas servidas a la plenitud acalorada de su lengua que, así como mi cuerpo, se derrama sobre ellas.
Escucho cómo la lengua las recorre. Primero una, luego la otra. De arriba abajo sin la pesadumbre de la pausa, sin la demora de los días que corren. La lengua, su lengua haciendo caminos en las axilas, mis axilas. El vientre, mi vientre, despierta al canto chasqueante de sus labios bajo mis brazos. La blancura de mis axilas, y su deseo, patria de sangre, y otra vez Octavio Paz, única tierra que conozco y me conoce, única patria en la que creo, única puerta al infinito.
Su muslo va haciendo espacio entre mis piernas que se separan sin tanto contratiempo. Busco comodidad sobre su muslo e inicia un ir y venir como cuando el viento advierte la tormenta. Deslizo mi vulva sobre su muslo que, al mismo tiempo, trata de adherirse a mi vulva.

Su lengua que no sé si es una o miles, se mantiene en mis axilas lamiendo la soledad que allí suele esconderse. Deslizo mi vulva sobre su muslo.

Su muslo comienza a humedecerse por el roce impertinente. Mi boca desinfla palabras en su oído que las bebe erguida. Sin abandonar la sabrosa llanura vertical de mis axilas, sus manos se desatan a amasar mis nalgas.
Su respiración se agita inesperadamente. Sus movimientos abandonan toda poesía de la lentitud para entregarse al vertiginoso jadeo del deseo desbordado. Sólo ahora abandona mis axilas para que mis brazos lo abracen, mientras él se abraza a mi cuerpo que le entrega el cuello. Lamo su cuello mientras mi vulva lame su muslo, que también se entrega a la humedad cada vez más húmeda. Lo miro a los ojos. Me observa mientras me abandono. Lo miro a los ojos. 

Acabo.



lunes, 5 de noviembre de 2012

Hay noches




Hay noches que son bichos que te muerden. Noches que te despeinan con su indomable aliento. Noches que no son noches, ya que se asemejan la misma eternidad.
Hay noches en las  que te sentís invencible y cruzás en rojo una y otra vez, sin mirar a los costados. Son esas noches que te tumban y te levantan, que te matan y te condenan, pero no del todo.
Hay noches en las que crees que has vivido todo, pero en realidad estás estrenando un “Déja Vu” inacabable, que te lleva al galope de un caballo.
Son noches que cuando se duermen y observas a tu alrededor, sentís te quedan grandes. Noches que pasarán a la posteridad como una innumerable cantidad luces policromáticas, con sabor a champagne y sensación vertiginosa.

(Humedad desbordada y lasciva).

Son esas noches que huelen a pólvora. Noches en las cuales te mordes las uñas hasta despellejarte la carne sólo por beber de todo, un poco más. Son esas noches que te descomponen. Noches en que te delatarías en una rueda de reconocimiento y aún así, continuarías matando y dejándote matar.
Hay noches que se vuelven un sueño, noches que te llevan de viaje, pero con un retorno asegurado. Son esas noches cuyas facturas quizás lleguen con intereses reservados, pero son noches con garras, dientes y vapores con el santo veneno que te hace olvidar. Son esas noches en las que te rendís al mordisco y cruzás la línea. Sólo por probar un poco más.

Una y otra vez.