Anclado en mi pecho destella su
corazón y como un fuego me atraviesa el sudor. Yo elevo a los relámpagos mis
rodillas de nata, mientras siento a una hermosa bruja levitar entre un millar
de caracoles para que no vean mis piernas desnudas.
- “Sí. Aquí estoy. Comeme, bebeme,
conjugame o traducime a todos los idiomas como un verbo infinitivo. Hundite.
Hundámonos.”
Con su falo camina en mi oscuridad,
lubrica mi arco, teclea de manera violenta mis santos bemoles y escribe entre
mis piernas su pentagrama con una vitalidad tan total, que se abren todos los
portales del mundo, y el cielo me recibe mientras yo intento una plegaria sin
sentido ni vergüenza.
Coger, sentir, gritar. Me retuerzo
dentro de las letras de éste texto donde siempre habito. Me encierro. Golpeo
esa M que está más arriba de la bronca, del sudor.
Dentro de éste papel de puta yo
caigo.
Yo caigo.
Yo
verdadera-
mente...
... caigo.
Me triso, y un robusto pedazo
remoto traspasa mi carne y la ennegrece.
Es en ese instante donde me siento
en un acto interpretado por tres patas de sillas herradas, y sólo una de ellas
construye en mi furiosas formas que me penetran, mientras escucho a lo lejos el
susurro de mis santos.
Me construye un altar donde
encuentro mil veces el fin, un sagrario que se vuelve impuro, pero que en mi
aletear dispersa sombras emanando de mi sangre tanta luz, que lo enceguece. Y
el cielo me perdona la vida.
Me siento en un acto interpretado
por tres piernas, donde sólo una de ellas me llena de flores, mientras lee en
mis labios chorreantes, sedientas líneas de muertes inconfesables que lo hacen
gritar y matar.
Me ejecuta con un golpeteo firme y
precioso, y luego me abandona a un hechizo con un sortilegio de cementerios
vacíos que se suicidan en su fracaso de volverme una santa.
Levitando siento que en alguna
parte del mundo una mariposa aletea, pero es mi carne que derrocha espasmos
santificando a la tierra con sus espermios derramados.
Al final me llega el vacío. Se
queman los pecados, hace frío, tiembla un poco, y se oscurecen con mi muerte las
sudadas paredes de éste templo.
Y pronuncio su nombre. La luz de su
nombre aniquila las sombras. Yo imagino una oración en su nombre, pero ya no
rezo.
Sólo me abrazo y tirito un poco en
ésta soledad que se desata en mi mundo con el sólo perfume de su carne.
Luego, una vez más pido perdón.