Drogas putas, deliciosas, y junto con ellas mis demonios me
dejaron liberada mientras ellos cuatro me observaban… Con media dosis, sólo con
la mitad de una me pude volver una hembra suministradora para todos.
Como nunca fui ramera. No hablaban mi idioma, pero a mi
lengua no le interesaba comprender lo que me decían.
Yo me dilataba entera, latía y me humedecía con cada roce
como si supiera que me incendiaría por la intensidad de cada fricción. Mis
intenciones eran tan promiscuas, que hubiera abandonado toda mi vida por no
salir de allí.
Mientras montaba a uno, al otro por la boca me lo tragaba
entero, y al mismo ritmo mi mente intentaba volverse una santa, tratando de
hilvanar inútilmente un poema estúpido que me redimiera.
Con solo media dosis, los orgasmos contenidos se aceleraban
a la velocidad del suicidio, y en lo alto yo buscaba un lugar adonde poder
morir para no volver.
De repente, mis manos atadas pulsaban la sed de mis espasmos
vulgares, y cientos de contracciones fálicas se apoderaban de mi interior mojándome
como nunca antes.
Entre esa nebulosa de colores intensos, podía oír a la
señorita Vengance gemir en mi nuca. Oh señorita Vengance la más bella de mis
putas!. Con la lengua me sofocaba por el cuello y con sus manos buscaba algo
suave, algo blando adonde enterrarlas para luego lamerse los dedos, y así
saborearse afanosa y triunfante.
Volví al punto de partida para recorrerme una y mil veces
más, y mientras me tocaba para que los otros me vieran, no podía contener tanta
humedad, me acariciaba con la palma de las manos llenas de luces amarillas,
empapadas de fluidos resbalosos, tatuada de huellas dactilares que hacían que
mi piel emanara olor a puta!. Si, esa noche supe lo que era tener olor a una
gran puta!.
Mientras seguía cabalgando a un ritmo sostenido atravesada
por mis dedos, ellos nos miraban serenos, procurándose a sí mismos sensaciones
extremas, que lo llenaban todo de aromas deliciosos. Ese momento era como si
todos supiéramos que algún día la vida se termina, que nada vale si no se lo
prueba todo, y que los que desean cumplir la fantasía de hacerlo, pero por
alguna razón se contienen, finalmente nunca lo harán.
En cambio nosotros esa noche, de adicción en adicción se nos
fue elevando la comisura derecha sin darnos cuenta... Dándonos ese aire de
felices perversos, nos elevamos y sin pensar decidimos tragarnos todo.
(Nos devoramos la vida.)
La señorita Vengance a mi lado, copulando con mi lengua,
marcándome con el jugo de su saliva y germinando mis sudores con sus manos
pequeñas, no hacía más que dejarme una y otra vez suspendida en el vacío a
merced de todos. Me masturbaba la boca con el sabor de sus dedos y mientras le
daba a probar de los míos, éramos perfectas perras recíprocas en sincronía
total.
Bajo media dosis, las largas horas se me hicieron breves e
intensas. Al final nuestras masas se hicieron una sola, y nuestros cuerpos se
acoplaron para darle un sentido a todo el vaho acumulado en esa habitación.
En ese momento me deje coger como un animal, para por fin
darle una razón a todas mis muertes.
Deje que ellos estallaran dentro mío, y que con sus vergas latentes provocaran en
mí una explosión devastadora y dulcemente dolorosa. Mientras tanto se me
escurría la vida entre las piernas, al observarla a ella jadeante y ausente,
entre sus brillos, volviéndose transparente para mí.
Después de una larga noche, a la madrugada finalmente
comprendimos que en vez de cogernos, íbamos a suicidarnos.
(Y después más).
Otro suicidio más.
Y juntos morimos… Todos.
A eso de las diez, bajamos del altar oscuro en el que nos
habíamos jugado la vida en una noche, copulándonos sedientos, tratando de
alcanzar lo efímero, eyaculando sensaciones y ensuciando a las mentes castas.
Nunca entendí sus nombres, sólo supe que al final la mañana
hervía como un sol en el centro de mi sexo.
Si quisiera
contar el resto, debería repasar una y mil veces esos cuerpos...
Entonces quien
quiera saber más, que ponga su cuerpo para averiguarlo…