viernes, 9 de noviembre de 2012

Trilogía erótica III




La pared blanca del cuarto lame mi espalda. El recorrido de su lengua de cemento me eriza los vellos del cuello. Levanto los brazos como intentando alcanzar con las uñas cortas el vientre oscuro de la noche.
Mis senos levantan la mirada. Él se acerca para acariciar mis brazos que insisten. Mis axilas desnudan mi rostro sonriente y tímido. Mis axilas, las axilas de mi cuerpo que es un cuerpo, como diría Octavio Paz, un cuerpo de día derramado. Mis axilas, delicias claras de oscuro deseo. Mis axilas servidas a la plenitud acalorada de su lengua que, así como mi cuerpo, se derrama sobre ellas.
Escucho cómo la lengua las recorre. Primero una, luego la otra. De arriba abajo sin la pesadumbre de la pausa, sin la demora de los días que corren. La lengua, su lengua haciendo caminos en las axilas, mis axilas. El vientre, mi vientre, despierta al canto chasqueante de sus labios bajo mis brazos. La blancura de mis axilas, y su deseo, patria de sangre, y otra vez Octavio Paz, única tierra que conozco y me conoce, única patria en la que creo, única puerta al infinito.
Su muslo va haciendo espacio entre mis piernas que se separan sin tanto contratiempo. Busco comodidad sobre su muslo e inicia un ir y venir como cuando el viento advierte la tormenta. Deslizo mi vulva sobre su muslo que, al mismo tiempo, trata de adherirse a mi vulva.

Su lengua que no sé si es una o miles, se mantiene en mis axilas lamiendo la soledad que allí suele esconderse. Deslizo mi vulva sobre su muslo.

Su muslo comienza a humedecerse por el roce impertinente. Mi boca desinfla palabras en su oído que las bebe erguida. Sin abandonar la sabrosa llanura vertical de mis axilas, sus manos se desatan a amasar mis nalgas.
Su respiración se agita inesperadamente. Sus movimientos abandonan toda poesía de la lentitud para entregarse al vertiginoso jadeo del deseo desbordado. Sólo ahora abandona mis axilas para que mis brazos lo abracen, mientras él se abraza a mi cuerpo que le entrega el cuello. Lamo su cuello mientras mi vulva lame su muslo, que también se entrega a la humedad cada vez más húmeda. Lo miro a los ojos. Me observa mientras me abandono. Lo miro a los ojos. 

Acabo.



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