jueves, 27 de septiembre de 2012

Yo caigo



Anclado en mi pecho destella su corazón y como un fuego me atraviesa el sudor. Yo elevo a los relámpagos mis rodillas de nata, mientras siento a una hermosa bruja levitar entre un millar de caracoles para que no vean mis piernas desnudas.

- “Sí. Aquí estoy. Comeme, bebeme, conjugame o traducime a todos los idiomas como un verbo infinitivo. Hundite. Hundámonos.”

Con su falo camina en mi oscuridad, lubrica mi arco, teclea de manera violenta mis santos bemoles y escribe entre mis piernas su pentagrama con una vitalidad tan total, que se abren todos los portales del mundo, y el cielo me recibe mientras yo intento una plegaria sin sentido ni vergüenza.

Coger, sentir, gritar. Me retuerzo dentro de las letras de éste texto donde siempre habito. Me encierro. Golpeo esa M que está más arriba de la bronca, del sudor.
Dentro de éste papel de puta yo caigo.
Yo caigo.

Yo

verdadera-
mente...

... caigo.

Me triso, y un robusto pedazo remoto traspasa mi carne y la ennegrece.
Es en ese instante donde me siento en un acto interpretado por tres patas de sillas herradas, y sólo una de ellas construye en mi furiosas formas que me penetran, mientras escucho a lo lejos el susurro de mis santos.
Me construye un altar donde encuentro mil veces el fin, un sagrario que se vuelve impuro, pero que en mi aletear dispersa sombras emanando de mi sangre tanta luz, que lo enceguece. Y el cielo me perdona la vida.

Me siento en un acto interpretado por tres piernas, donde sólo una de ellas me llena de flores, mientras lee en mis labios chorreantes, sedientas líneas de muertes inconfesables que lo hacen gritar y matar.
Me ejecuta con un golpeteo firme y precioso, y luego me abandona a un hechizo con un sortilegio de cementerios vacíos que se suicidan en su fracaso de volverme una santa.
Levitando siento que en alguna parte del mundo una mariposa aletea, pero es mi carne que derrocha espasmos santificando a la tierra con sus espermios derramados.

Al final me llega el vacío. Se queman los pecados, hace frío, tiembla un poco, y se oscurecen con mi muerte las sudadas paredes de éste templo.
Y pronuncio su nombre. La luz de su nombre aniquila las sombras. Yo imagino una oración en su nombre, pero ya no rezo.
Sólo me abrazo y tirito un poco en ésta soledad que se desata en mi mundo con el sólo perfume de su carne.
Luego, una vez más pido perdón.


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