jueves, 6 de septiembre de 2012

El espejo



Cuando despierto hago un taller literario entre mis piernas. Me siento frente al espejo. Observo con detenimiento la peculiar marca roja que estampa el centro oculto de mi cadera, y sonrió.
El extraño y placentero ardor que siento entre las piernas, me hace recordar el roce de esos labios desquiciados recorriendo mis muslos y adentrándose en mi vientre, para así, con la lengua larga y a veces viperina, saborear la jugosa dulzura de mi sexo.
Él es culpable de mis pajas matutinas, y ahora necesito odiarlo demasiadas pocas veces, para poder seguir imaginándolo y así poder  saciar el hambre carne abajo de mi ombligo.
Analizo mis piernas, notando marcas de dedos y saliva aún fresca debajo de mis rodillas. Ese hombre aún me debe dos besos sin intereses.

“- Hablame sucio mujer! que quiero imaginarte como en tu historia de putas calientes!.” 
Ese recuerdo convierte en una hoguera a mi juego bien logrado.

Luego, lamerle con el pensamiento la piel sensible desde la raíz, se puede volver un vicio de onanista experimentada, pero sin dudas, no hay mayor placer que pecar en su piel sin pedirle permiso para hacerlo.

Curiosamente, el espejo descarado se atreve a decirme bajito al oído, lo maravilloso que se siente repasar con la yema de la lengua y acabar saboreando el latido de su dureza…
Él es sin dudas, una de mis comidas preferidas, morderle la húmeda piel lechosa se puede volver un vicio, un pecado, o la misma gula. Pero ya no importa, él me hace una puta a su medida, él sabe que cuando las ganas me asfixian, mis manos siempre lo usan como inspiración.
Entonces cuando mi urgencia lo trae, me vuelvo una sucia, me dejo penetrar para que me ahogue con su fuerza. Y mientras me mata, me ayuda a borrar de mi mente todas las fantasías que me desgarran la cumbre, para comenzar a escribir un nuevo capítulo de onanismo.
Me olvido de todas las letras calientes que llegan por imantación a mi cabeza, me entierro las uñas en la piel carnosa y con la imaginación  me dejo respirar un beso en la vagina.
Luego, volviendo a mirar al espejo, imagino como en los hoteles baratos, el momento de huir.
Me lamo los dedos y me visto.

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