viernes, 26 de octubre de 2012

Trilogía erótica I



Lo cabalgo. Lo arreo mientras dejo flotar mis tetas al ritmo que marcan mis embestidas sobre su cuerpo duro. Con vapores le tejo senderos en el pecho. Lo cabalgo. Rezo para que mis caderas se anclen y profundicen el sopor de su lanza. Sobre enfurecidas nervaduras, lo cabalgo.
Lo cabalgo y me muevo de tal forma que la raíz de su sexo queda oculta en la oscuridad de mi vagina. Me muevo. Me muero, vuelvo y jadeo… y muero. Levanto mis caderas, con la yema de la lengua descubro su verga, subo hasta la punta y luego me dejo caer, me dejo rodar de nuevo hasta la raíz.
Siento el flagelo que va abriendo paso en mi carne hervida. Subo y bajo a discreción. Subo y bajo. Bajo y subo. Lo hago al ritmo que quiero. Lo hago al ritmo que muero. Duro. Suave.
Le arranco la piel y elaboro mi propia sinfonía desde su carne que grita espasmos. Lo cabalgo y mis caderas van marcando el cincelado de su falo en mi cavernosa humedad. No tengo razones para detener el ir y venir, el bajar y subir. La sabia resbalosa en mis labios lo agigantan.  Sus manos acomodadas en mi cintura ayudan a profundizar la herida que se abre más y más. Lo cabalgo hasta que se despiertan las furias. Yo muero.
Y mientras él con un dedo levanta mis labios, me invita a mirar bien cómo mis fluidos resbalan por la venas aún inflamadas. Lo entierro de nuevo. Lo trago otra vez y no dejo espacio sin lacerar.

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