Entonces, pegarme a
la pared le resulta justo. Mi aliento fijado a la dureza del muro que lo
abraza. Él fijado a mi espalda. Su sexo en mis nalgas. Su boca en mis hombros,
en mi cuello, en mis hombros, en mi cuello, en mis hombros. Lengua y dientes.
Dientes y lengua. Uno, dos o tres suspiros suyos deslizándose bajo mis poros y rozándose
unos con otros en mis oídos.
Otros se aferran a mi
lengua y me chupan los quejidos lentos, suaves y sutiles. Su verga de acero y
empinada haciéndose espacio entre la breve ranura que separa mis nalgas, reluce.
Entonces bajar, bajar hacia ellas. Bajar entre ellas. Separarlas y grabarme con
la saliva que le suda la lengua todas las cartas que la Srta. Vengance le
escribió a la Mujer Pendular, me desquicia. Esas que hace mucho le mostré en
una confesión alcoholizada. Todas ellas, detallando un juego de lenguas que a
él lo sofocan. Me jura leerlas una a una, e irlas dejando entre lengüetazos
impacientes en el camino suave que llega hasta la entrada de mi culo de ninfa
dormida.
Sentirme acabar y en
plena muerte subir nuevamente a mis oídos, lo vuelve poderoso. Bajo la manta
sonora de mis gemidos, leerme unas líneas que inventa para envenenarme, me
sacrifican:
- "Quiero
hacerlo de forma increíblemente grosera. Quiero sentir tus labios calientes, tu
boca lujuriosa chupandome".
Justo allí, sus dedos
comienzan a atornillarse suavemente en mi vulva y mi culo, ambos, al mismo
ritmo, buscan que me derrame entre las líneas que continúa susurrándome al
oído:
- "Lucha con tus
tetas y tus pezones rosados. Dale, lucha y acercalas a mi rostro. Frotalos, inducí la succión,
hacé que tus pechos te lleven lejos otra vez, lográ un orgasmo acústico con mi
succión. Hacelo. Hacé que se te peguen entre la espalda y las nalgas las ganas de
sodomizar. Como una perra".
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