domingo, 19 de agosto de 2012

El bar II


Apenas bajo el escalón de la entrada, noto como un vaho perfumado me corre entre las piernas calientes. Me mira decidido. Se acerca y me llama por el nombre que más le gusta para mí, y mientras me pregunta de quién soy puta, su voz se hace humo en el aire.
Avanzándome, hago varios pasos en retroceso hasta que me siento apoyada entre una pared y su miembro erecto. Me animo a recorrerlo con la yema de los dedos y compruebo su rudeza que entre mis manos se vuelve delirio, me toco y mojo mis dedos. Mi rajadura es carne viva.
Disfruto saber que desde lejos nos miran, gozo al sentir como unos cuantos ojos clavados a nuestras caderas nos devoran, muertos de celos, lo sé.
Con la seguridad de quien tiene gustos precisos, me toma por la cintura con una mano, mientras con la otra levanta mi falda que se empeña en enrollarse, cuando me aprieta y refriega sus duros bordes contra mi pelvis, mi vagina se funde a su pantalón en un primer contacto orgásmico.
Con la lengua, puedo oír las pisadas de su corazón caminar por las venas de su cuello. Mientras me lame se sonríe. Toco sus labios carnosos y penetro su boca, nuestras lenguas copulan y me impregno de su sabor a ron.
Se separa y me observa victorioso, con la mano derecha me abraza con firmeza y me sube al auto. La izquierda me desviste despacio como si temiera lastimarme.
En un beso amplio y profundo, cubre mi desnudez y absorbe la escarcha que tantos meses de espera han dejado en mi cuerpo. Con un gesto ávido me invita a saborearlo más abajo… Lo bebo y me dejo embriagar por ese sabor lácteo con que me endulza el paladar.
Como ida del tiempo, noto que nuevamente me gira de espaldas y percibo un roce de poros, mientras se encamina acompasado a mi cadera erguida a la altura de la suya y se la entrego. La humedad de nuestro aliento quema los cristales y mis manos rasgan huellas que me dejan ver un ir y venir de luces tenues.
Le sigo el ritmo, me dejo abusar y gozo mientras mi garganta hilvana un puñado de gemidos a los suyos.  Siento que nuestro roce casi lo quema, pero no se retira.
Empalada siento que con su lengua va llevándose la piel de mi espalda sudada. Yo deshago sabores en la yema de mis dedos y me declaro su ramera.
Ya no soy yo: soy el líquido vivo que lo habita y mil convulsiones mortales.
Se detiene y no puedo contenerme, giro y lo miro: sólo me escurro silenciosa entre sus dedos. 
De pronto, una voz lo separa abruptamente de mi cuerpo y le dice:
- ¿Me dejas probarla?
La mujer que acaba de entrar al auto, me arranca de su mano y se arrodilla ante mí, me mete completa en su boca y se lleva de una mordida, el caliente vapor macerado en mi bragadura, en ese bar.



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