jueves, 26 de julio de 2012

Ella


No había dejado de observarla, no podía contener la absurda sensación de me producía lo contradictorio del aroma de su carne. Apenas me susurro con la mirada, bajé de mi proa, hacia su cuerpo tembloroso y desplegué mis alas sobre su espalda, acariciando con la punta de mis dedos su costado suave.
Ella era para mí una criatura frágil, porque apenas empecé a recorrerla con la lengua, me enseño en su piel erizada 
un frío con sabor a sal. 
Ella podía adivinar bajo los pliegues de mi túnica, la húmeda corriente cremosa de las olas que se montaban entre mis piernas, escondidas con sigilo y desmedida de tibiezas. Su deseo ya no era mármol, sino carne para mis jugos. 
Ella, era un disparo de ansiedades para mi piel húmeda y temblorosa, era mi criatura elegida, era la prostituta de mis dedos… Una poesía con sabor a moras y a mar. 
En un segundo infinitamente profano me arremoliné impetuosa bajo su vientre, y mi lengua la hizo mía elevándola amoral sobre la tierra de nuestros dioses oportunos. 
Ella era para mí una criatura complacida, porque mientras le atravesaba los poros, me pedía orgasmos y poemas. 
En un momento sacudió el lecho de mi cintura, ávida del más placer humano y ofreciéndome sonriente su boca afanosa, me imploró entre súplicas entrecortadas más alas y viento para volver a vivir. Agitada y abandonada se entregó a mi ventaja suave.
Soñé. Y fueron su gozo y el mío una victoria alada impregnada de olores nuestros.  

Al final que nos mostró el ocaso orgásmico infinito, nos convertimos en marea de jadeos cadentes pero iluminados de placer.
Yo fui el ánfora de donde ella se sirvió, y ella… ella fue la esencia con la que se macero mi cuerpo…



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