martes, 19 de junio de 2012

Sin pecado original


Me dijo que cuando fuese mayor y tuviese una hija la llamaría Abril. Yo le dije que también mi primera hija se llamaría así.
Por entonces abril solo era ese mes infectado de vida que acortaba los días y que hacía que el sol se posara sobre la piel, con una calidez diferente a la del verano, a nuestro alrededor todo olía a otoño.
Para nosotras era una asignatura íntima encontrarnos cada mediodía en ese vasto parque cerca de nuestras casas. Hacíamos nuestro deleite al contarnos toda clase de secretos, era la época en que todo nos provocaba curiosidad y no dudábamos en confesarnos desmedidas de límites.

Siempre nos gustaba quitarnos los sacos de lana y las medias que usábamos en las mañanas frescas. Sentir la brisa algo fría sobre la leve tela de los vestidos y sobre la piel desnuda de las piernas, era algo que nos provocaba una sensación de liviandad agradable. Ambas teníamos los cabellos muy largos y los liberábamos también de los lazos y así sueltos, nuestros cabellos parecían crines de caballos cuando corríamos por aquel prado de los almendros aún frondosos.

Aquel otoño trajo algo nuevo. Además de la promesa de llamar a nuestras primeras hijas Abril, descubrimos al desprendernos de los abrigos que bajo las blusas, la vida iba latiendo y pidiendo más espacio.
Con el tiempo comenzábamos a darnos cuenta, de que ya no éramos niñas con pechos planos. Advertíamos al mirarnos, que jugosos frutos despertaban a la vida, reclamando juegos nuevos, y entre nuestras piernas un pequeño jardín comenzaba a dar deliciosos frutos, a latir y a ansiar misterios de ser tocados para develarse.

Ese día corrimos por el parque, donde algunas flores aún se sujetaban a la vida, donde todo a nuestro alrededor, se presentaba como un escenario bien dispuesto para nuestro disfrute, mientras lo hacíamos, nuestras carcajadas se multiplicaban en ecos en medio de esa soledad tan oportuna, dejábamos enredar las melenas al viento, nos entregábamos golosas a la caricia de la tela sobre la piel y así, sofocadas de perseguirnos, caímos bajo un almendro de espaldas, mirando el cielo que era un telón azul metálico. Un azul que se nos echaba encima y pesaba como una pluma que nos acariciaba la piel que se volvía trémula ante nuestra agitada respiración.

Nos quedamos recostadas en silencio observándonos, tratando de respondernos sin palabras un puñado de deseos difíciles de tocar con nuestra piel. De vez en cuando veíamos pasar unos pájaros perezosos, sin voluntad de volar, como queriendo observarnos.
Las ramas cubiertas de escasas flores espumosas tenían tacto de crema, éstas jugaban a las luces y las sombras sobre nuestras mejillas encendidas mientras una gota dorada de resina resbalaba por la corteza dura del tronco.

Cerré los ojos, respiré el aire limpio cargado de aromas sutilmente dulces, y escuché la vida en el zumbido de las abejas que se alborotaban a lo lejos, en el canto de los pájaros, en el murmullo de los insectos y en su respiración acompasada.
Con los ojos cerrados percibí la suavidad de su dedo dibujar mis labios muy lentamente, era como si los conociera de memoria, porque ella también tenía los párpados bajos, y sin embargo en su ceguera, no se salía de la línea exacta que guardaba la carne roja y pulposa.

Luego ese dedo tibio y lleno de curiosidad, se abrió camino en mi cuello y como un sigiloso reptil, se metió debajo de mi blusa que entreabierta, dejaba ver mis pezones rosados esperando ser bautizados.

Me deje arrebatar por esa sensación de dureza que crispaba mis brotes erectos y con el borde de mi lengua repasaba el contorno de mis labios extraviados sensaciones calmas. Con los ojos entreabiertos, observaba como una abeja se posaba sobre la gota que chorreaba del tronco del árbol que nos amparaba, y con la mirada algo difusa, mis ojos dibujaban esa imagen chupando de ella lentamente.

Me sentía translúcida mientras sus dedos jugaban con mis senos recién salidos de una inocencia que ya me resultaba extraña, el temblor de nuestros cuerpos nos consumía y todo se volvía primavera a nuestro alrededor.

Sus dedos primero y luego sus labios, como dos pétalos buscaron la tibieza de mis pechos para saborearlos. No quería abrir del todo los ojos, era hermoso lo que se sentía y era ideal la brisa que nos recorrían como enfriándonos, para no derretirnos en el celo húmedo que nos colmaba de una tempestad incontrolable.
Luego la escuché susurrar a mi oído un gemido precioso, mientras tanto la sensación que sembraba al beber de mí, anticipaba el pecado de mi ejecución.
Lamiéndole la sien fui marcando un camino de saliva espesa hasta el santuario de su boca y mientras su mano hurgaba golosa y con codicia entre mis piernas, jugamos a saborear la danza de nuestras lenguas, un gesto en que nos bendecimos para comenzar a marcar un territorio sin intención de retorno.

En un momento me enredé sobre ella, y aprendí haciéndole lo que las yemas de mis dedos me marcaban. La besé hasta ahogarme y me respondió olvidándose de su inocencia ya extraviada al mediodía.
Perversos mis senos se rozaban con los suyos y del límite de mi sexo emanó un dulce sudor anclándose a la madurez su vagina ya erguida, me unté de ella y le di a probar de mis dedos todos sus sabores, mientras con mi lengua arrastraba el borde de su boca para saciarme entera.
En un juego misterioso nos dejamos llenar de hormigas el vientre y el corazón y en una extraña batalla de carne y de huesos, una agitación nueva y furiosa de cada parte del cuerpo reclamaba su nuevo placer.
Maceradas de humedad, nos perseguimos en ese orgasmo desesperadas por sentirnos latir en un vaivén cadencioso y silente. Luego, la calma sólo se vio entrecortada por nuestros suaves jadeos, en ese instante el deseo se convirtió en nuestro secreto eterno.

Quizás alguien nos miró, pero nosotras continuamos abstraídas de lo ajeno, porque mientras no despegamos nuestras miradas, nos correspondíamos en ese latido que nos mostró la cima. Durante un sinfín de minutos nos observamos y en esa mirada nos devoramos las preguntas que estaban al borde de una dulce melancolía.
Luego cuando el universo volvió a existir para nosotras, un sueño de complicidad se instalo para siempre.

Finalmente crecimos, tuvimos hijas y ahora que recuerdo nuestro acuerdo...
Ninguna de ellas se llamó Abril.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. El erotismo en sensaciones primarias, alejado de la dureza y el dolor que provoca la experiencia, sólo es poesía.
      Gracias Marcos!

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